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sábado, 21 de febrero de 2015

ECONOMÍA EN GRECIA. ARISTÓTELES Y PLATÓN


Ya escribí hace tiempo sobre Santo Tomás, definiéndolo como uno de los abuelos de la economía. ¿Podemos irnos más atrás en el tiempo? Retrocediendo cuatro mil años, podríamos observar sociedades en las que no existían monedas lo que hoy nos parece difícil de imaginar. Viendo las dificultades que eso ocasionaba las sociedades fueron creando el dinero. Para ello utilizaron mercancías que por su divisibilidad, durabilidad, disponibilidad sin ser ilimitado y con gran aceptabilidad se convertían en herramientas para el cambio. Estos bienes eran relativamente portátiles, fáciles de ocultar y de negociar. A su poseedor le permitía elegir entre los distintos artículos para comprar y facilitaba el comercio.
A la hora de abordar la naturaleza de la economía, se ha ido considerando que respondía distintos interrogantes. Los principales, siguiendo a Galbraith, son la determinación de los precios de los bienes y servicios, los factores que conducen a un mejor o peor funcionamiento económico del conjunto social, la distribución de los resultados de las transacciones y el marco de referencia político y social más amplio en el cual se desenvuelve toda la vida económica.

En Grecia y Roma estas cuestiones no se formulaban. La actividad económica principal era la agricultura, la unidad de producción el hogar y la fuerza de trabajo los esclavos. No existía la actividad industrial que hoy conocemos ni el consumo de bienes actuales.

Podemos encontrar referencias a algunos puntos que nos interesen en Aristóteles (384-322 a.C.), que los analiza principalmente desde un punto de vista ético. El trabajo era desarrollado fundamentalmente por esclavos, por lo que no existía el concepto de salario ni por tanto plantearse como sería un salario justo. Al igual que vimos  en Santo Tomás, condena la usura y el cobro de los intereses. Puesto que no existía inversión en bienes de capital, los préstamos eran dados principalmente para consumo. Y el cobro de intereses es criticado por nuestro autor “La forma más odiada de lucro y con toda razón, es la usura… Pues la moneda se ha hecho para el intercambio, pero no para la acumulación mediante el interés” (Política, Libro I) Por lo tanto, tiene un planteamiento similar al que veríamos en la Edad Media siglos más tarde. ¿Qué pensarán los paisanos de Aristóteles estos días sobre los intereses y los préstamos?

Tampoco se analizarían los precios ni su establecimiento. Puesto que estos tienen como una de las bases principales sus costes de producción y recordamos que la producción era llevada principalmente por esclavos. Aristóteles también condena el lucro y las personas que buscan las actividades únicamente como medio de hacer dinero. Pero no ello no le lleva a estar en contra de la propiedad privada, más bien al contrario pues estaba inequívocamente favorable a la propiedad y al interés personal.
Platón (428-348 a.C.) basa su análisis principalmente en un Estado que surgía principalmente como una entidad económica y al frente sitúa a los custodios quienes llevarán una vida de renuncia ascética y no tienen derecho a poseer más bienes que los indispensables, hallándose sus ingresos limitados a lo rigurosamente necesario (vamos, lo contrario de hoy). Al contrario de Aristóteles, abogaba por una ética comunista.

Fuente: Historia de la Economía, John Kenneth Galbraith, Ariel Sociedad Económica (Octava edición, 1998) 

domingo, 15 de febrero de 2015

LAS PREDICCIONES EN ECONOMÍA. J.M. KEYNES EN LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES


“La única función de las predicciones económicas es hacer que la astrología parezca respetable”, John Kenneth Galbraith (1906-2006)

Predecir en economía como hemos visto en alguna otra entrada es algo realmente difícil ya que muchas veces se basan en el cumplimiento de unas condiciones que no son fáciles de suceder. Como ejemplo traigo unos extractos de la conferencia que impartió John Maynard Keynes, el influyente economista británico, en la Residencia de Estudiantes de Madrid el 10 de Junio de 1930.
 
“Supongamos que dentro de cien años todos disfrutemos de una situación económica ocho veces más desahogada que la actual, lo cual no sería nada extraño.

 Mi conclusión es que, suponiendo no hay grandes guerras ni aumento considerable de población, es posible que dentro de cien años el problema económico esté resuelto, o en vías de solucionarse; lo que quiere decir que la cuestión económica, mirando hacia el futuro, no es el problema permanente de la raza humana.
(…)
Así es que por primera vez desde su creación el hombre se encontrará cara a cara con su verdadero y constante problema: el de saber cómo ha de emplear el tiempo libre que le habrán proporcionado la ciencia y el interés compuesto, para vivir con agrado y prudencia, gozando de su libertad al no verse apremiado por perentorias preocupaciones.
(…)
Sin embargo, a mi entender, no hay nación alguna que pueda vislumbrar sin temor esa edad de ocio y de riqueza. Porque son muchos los siglos que nos vienen enseñando a luchar, y no a disfrutar. Para el hombre normal y desprovisto de talentos especiales, es un conflicto angustioso el de encontrar una ocupación que le distraiga, sobre todo si ya carece de arraigo en la tierra o en las costumbres castizas de una sociedad tradicional. A juzgar por la conducta y los hechos de las clases acaudaladas de hoy día en cualquier parte del mundo la perspectiva no es nada halagüeña. Porque estas clases representan nuestra vanguardia, que explora para los demás la tierra prometida, donde establece sus tiendas. A mi juicio, estas personas que, disponiendo un millón de libras esterlinas carecen de comunidad, de lazos y deberes, han fracasado por completo en la resolución del problema que tenían planteado.

Estoy seguro de que, una vez tengamos mayor experiencia, utilizaremos el nuevo don de la naturaleza de modo muy distinto del empleado por los ricos actuales, trazándonos un plan de vida muy opuesto al de ellos.
Procuraremos repartir las pocas tareas que queden, lo más equitativamente posible, para que a ninguno llegue a faltarle el pan nuestro del trabajo diario. Durante mucho tiempo podrá aplazarse el conflicto mediante jornadas de tres horas, o semanas de quince horas de trabajo. Y tres horas diarias bastarán para aplacar el instinto trabajador de la mayoría de los hombres.

También en otros sentidos nos aguardan cambios muy profundos. Cuando la acumulación de la riqueza ya no tenga gran importancia social, surgirán ineludibles modificaciones en el código moral. Podremos librarnos de principios pseudo-moralistas que desde doscientos años han constituido nuestra pesadilla – tal vez menos en España que en Francia o Inglaterra o los Estados Unidos – y que nos han llevado a exaltar al rango de virtudes algunas de las menos apetecibles cualidades humanas. Podremos permitirnos el lujo de dar al móvil pecuniario su intrínseco valor. El afán del dinero, sólo por tenerlo y no como medio para lograr los goces y realidades de la vida, será reconocido por lo  que es: una morbidez algo asquerosa, una de esas propensiones entre criminales y patológicas que relegan con repugnancia a los especialistas en aberraciones. Toda clase de costumbres sociales referentes a la distribución de la riqueza y de los premios y castigos económicos que, por desagradable e injustas que en sí sean, mantenemos a toda costa por los útiles que son para fomentar la acumulación de la riqueza; todas esas prácticas, al fin, podremos desecharlas.
Claro es que aún habrá gente dominada por ese afán intenso e insaciable de la actividad y que seguirá en pos del dinero, a no ser que encuentre otra cosa que lo sustituya. Pero los demás no tendremos ninguna obligación de aplaudirles ni alentarles.

(…)
Preveo, pues, una humanidad en libertad de volver a ciertos principios básicos de la religión y la virtud tradicional, para quien la avaricia sea un vicio; la práctica de la usura, un delito; el afán del dinero, detestable, y que opinará que los que menos piensen en el día de mañana son los que caminan por la senda verdadera de la virtud y la sabiduría. Nuevamente estimaremos el fin como superior a los medios, prefiriendo el bien a lo útil. Honraremos a los que nos enseñen a disfrutar de la hora y del día virtuosamente y bien, a esos seres de sensibilidad exquisita que les permite el goce directo de las cosas, a los lirios del valle que ni se afanan ni se emperezan.

(…)
Vislumbro, pues, en tiempo no muy lejano, el cambio mayor que jamás haya ocurrido en el ambiente material de la humanidad. Claro es que todo ello sucederá gradualmente y no en forma de catástrofe. La verdad es que la evolución ya ha empezado. Y lo que ha de suceder será sencillamente habrá que cada vez mayores clases y grupos de gente para quienes no existan problemas económicos. La diferencia crítica llegará cuando esta condición se haya generalizado tanto que cambien nuestros deberes para con nuestros convecinos. Porque, aún estará justificando el afán de trabajar por los demás, cuando deje de estarlo en el interés propio.


El paso a que lleguemos a nuestro destino de felicidad económica, dependerá de cuatro factores: nuestra facultad para limitar la población, nuestra decisión de evitar las guerras, nuestra disposición para encomendar a la ciencia la dirección de los asuntos que a ella corresponden, y la rapidez de acumulación resultante del margen entre la producción y el consumo; este último factora ya se resolverá por sí mismo, dada la solución de los tres primeros.
Entretanto no será de más hacer unos cuantos preparativos para nuestro destino, experimentando y fomentando las artes de la vida además de las actividades de la voluntad”

Como vemos, aunque quedan aún quince años para cumplirse los cien desde la conferencia, parece que no vamos a vivir el mundo que vaticinaba Keynes. Está claro que no se han cumplido ninguno de los 4 puntos que indicaba de eran necesarios para cumplirse sus predicciones. Pero, si se hubiesen cumplido ¿estaríamos por lo menos cerca del mundo vaticinado?

Como decía Bob Dylan los tiempos estaban cambiando pero quizás no como predijeron.

 


Fuente: Revista Residencia, revista de la Residencia de Estudiantes, 1932 (I)  
 

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